En Galicia el aire hoy no es puro y fresco. La lluvia ha tardado meses en aparecer y el frío llega tímido, como si esta fuera una tierra extraña para él. Pero el otoño ha sembrado las calles, las aceras, las carreteras y los senderos de hojas quebradas a modo de alfombra. Al pisarlas crujen, como queriendo recordarnos a cada paso que todo tiene un ciclo. Todo termina en algún momento, incluso lo que parece que siempre permanece.
Este fin de semana Galicia y Asturias han ardido. El fuego apareció cómo un monstruo poderoso, famélico, y comenzó a devorar lo que había a su paso. Era como una guerra entre la Naturaleza y las cenizas. Todo lo que más amamos, lo poco bonito que todavía nos queda, desaparecía de la peor manera posible ante nuestros ojos. Nuestros refugios, nuestros bosques, nuestras leyendas. Nuestra paz. Todo se iba consumiendo, mientras las llamas se reflejaban en nuestras pupilas líquidas.
Y aunque estos días esto ha sido noticia, lo cierto es que es algo que sufrimos de manera habitual aquí. Durante este verano demasiado largo para A Costa da Morte y las Rías Baixas he visto diferentes focos de camino al trabajo. Hace unas semanas un peligroso incendio tiñó de negro un monte que está al lado del Centro Comercial más importante de la ciudad y a pocos metros de una multinacional de combustible. Si lo piensas, la tragedia pudo haber sido apoteósica.
Tal vez os habréis dado cuenta de que la única bandera de un gallego son sus bosques. Que su manera de reivindicar el país del que se siente es cuidarlo. Que es el himno de este pueblo pacífico y sosegado. Su forma de ser libres. Cuando nos lo quitan, cuando nuestra senda habitual es atacada por las llamas, cuando aquel bosque mágico donde nos gusta perdernos los domingos es asesinado, cuando nuestras hermosas ciudades son rodeadas por una muralla de fuego, nos sentimos desolados. Estos días, en mi tierra, se sufrieron en un silencio aterrador.
Pero con estos os digo. Que aunque nos los quemen, nosotros lucharemos por defenderlo. Que nuestras nubes comenzaron a llover porque Galicia ama Galicia y jamás dejaría que sucumbiera. Porque cuando las aguas se volvieron negras, todo un ejército de voluntad asió los guantes de la fortaleza para devolver la vida a este lugar. Lo volveremos a hacer. Lo volveremos a hacer cuantas veces sea necesario. Este país no se rinde, no se cansa, no flaquea. No pierde el tiempo en batallas absurdas, solo entrega el corazón por proteger lo suyo. Lo suyo que es de todos. Porque nuestra tierra es la tierra de todos los que quieran conocerla.
Florecerá. Os lo prometo. Volverán esos bosques a estar vivos. La lluvia aliviará el dolor. La magia que habita en estos lugares nos ayudará a recuperar nuestro verde libre. Y en nuestra memoria siempre estarán aquellos que perecieron en estos días negros y oscuros, como almas heroicas que han velado por lo más hermoso que nuestros ojos han visto jamás.
Nunca máis.